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Extracto:Convertidos en un recurso para tratar de salvar restaurantes y bares, hay calefactores menos contaminantes que otros y en países más al norte a veces son sustituidos por mantas
Con la pandemia, son muchos los bares y restaurantes del país que dependen de las terrazas para tratar de sobrevivir, debido a las restricciones de aforo o incluso la prohibición de consumo en el interior de los locales. Para mantener la clientela con la llegada del frío, las ventas de estufas exteriores se han disparado. Si bien los expertos coinciden en que el impacto ambiental de estos aparatos resulta complejo de medir y es bastante menor que el de otras fuentes de contaminación mucho más importantes en las ciudades, como los coches, su proliferación en las calles supone un mensaje contradictorio cuando lo que se pretende es reducir drásticamente las emisiones y el despilfarro de energía.
El responsable federal de Hostelería y Turismo de Comisiones Obreras (CC OO), Gonzalo Fuentes, calcula que la facturación en estufas exteriores se ha incrementado en un 50% respecto al año anterior. Según Juan Manuel Lozano, director de la empresa catalana ContractPro, la venta de estos calefactores ha aumentado cerca de un 40%. Como señala, los hosteleros españoles han estado adquiriendo los modelos más baratos, que son las estufas de butano y propano, que suelen contaminar más que otros modelos. Por su parte, Javier Écija, dueño de la empresa Eventis-Ena, en Cabra (Córdoba), comenta que en su caso el incremento de ventas ha sido de más de un 100%.
¿Cuánto supone este aumento en términos de polución? “En la ciudad de Madrid, la cifra podría alcanzar las 17.000 toneladas de CO₂ al año, teniendo en cuenta que el censo de terrazas es de aproximadamente 5.000 y que de estas, 3.000 tienen uso invernal. La cifra representa el 0,15% de las emisiones totales de la ciudad”, explica Rodrigo Irurzun, de Ecologistas en Acción. “Podría pensarse que es insignificante, aunque el peligro es que va a más. Lo realmente preocupante es el hecho de estar generando, por una parte, la instauración de una práctica nociva para el medio ambiente, que será cada vez más difícil eliminar. Por otra parte, la imagen tan incoherente que nos traslada este tipo de prácticas, sitúa cualquier política de lucha contra el cambio climático en un lugar complicado, debido a lo absurdo de permitir este tipo de instalaciones”, afirma el ecologista.
Para contrarrestar el efecto contaminante de las estufas, el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE) afirma que existen alternativas como estufas portátiles de biomasa o estufas de infrarrojos. Estos aparatos, a diferencia de los tradicionales, no calientan el aire, sino directamente a las personas. En lo que respecta a las estufas eléctricas, su impacto depende del origen de la energía con la que se alimentan: fuentes renovables, fósiles o una mezcla, explican desde el IDAE. En el caso del sistema eléctrico español, ya hay una elevada presencia de energías renovables y se espera que crezca todavía mucho (se quiere que en 2030 el 74% del consumo eléctrico sea renovable). De las estufas de gas, las mismas fuentes indican: “El impacto de su contaminación es mucho menor en el entorno urbano en comparación al que producen los vehículos”.
La ciudad de Rennes fue la primera en Francia en prohibir el uso de estufas de exterior el año pasado. El vicepresidente de la metrópoli a cargo de la movilidad y el transporte, Matthieu Theurier, defiende que calentar la terraza es una “aberración energética”. Y asegura que los propios ciudadanos han querido este cambio. En el bar-restaurante LAmbassade, donde suelen repartir mantas, el restaurador Pierre Clolus afirma que la clientela está acostumbrada a aguantar el frío. Según señala, en su caso renunció a las estufas incluso antes de la prohibición. Ahora bien, con la pandemia, las estufas son ahora su menor preocupación. “Lo que quiero en este momento es volver a trabajar”, dice con desesperación.
Las mantas suelen ser una opción muy utilizada en latitudes más al norte, como confirma la directora ejecutiva del sindicato de hostelería UKHospitality de Reino Unido, Kate Nicholls. Allí, con la pandemia, el restaurante londinense Dalloway Terrace ha seguido la política de una manta por comensal. Hasta el cierre del sector para frenar el virus, este establecimiento desinfectaba las mantas inmediatamente después de usarse, pero recomendaba a sus clientes que por razones de seguridad trajeran una propia.
En Dinamarca, Rebecca Johansen cuenta que, desde años antes del coronavirus, necesitaba entre 300 y 400 mantas para los clientes en el exterior de sus bares a las afueras de Copenhague. “Estaba frustrada”, recuerda, porque eran demasiadas para lavar de forma continua. Buscando una solución, montó la empresa SittingSuits, que elabora unos grandes abrigos para aguantar el frío en terrazas o eventos al aire libre. Según la empresaria, estas prendas, con el relleno hecho de plástico reciclado, se lavan con más facilidad y se secan más rápido. Al principio los confeccionaba solo para sus bares, pero ahora con la pandemia vende a otros locales.
Con todo, la realidad es que las estufas han ido ganando terreno en los establecimientos hosteleros de toda Europa. Al menos durante una parte del año. Desde Oslo (Noruega), Raden Soemawinata, dueño del pequeño restaurante Mucho Mas, comenta que suele encender las estufas en agosto, cuando la temperatura puede bajar hasta los 10 grados, pero las apaga en octubre, momento en el que empieza a hacer tanto frío que ya nadie se sienta fuera.
El Ayuntamiento de Barcelona ha anunciado que en el año 2025 las estufas de gas quedarán prohibidas y tan solo se podrán usar las eléctricas. En Madrid, Jorge, el gerente de La Casa del Abuelo, a un tiro de piedra de la Plaza Mayor, espera que sus calefactores eléctricos sean un incentivo para que la gente se siente en su terraza. Con la moral baja por el desastre de la pandemia, mantiene sus estufas encendidas, aunque todavía no ha aparecido ningún cliente.
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