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Extracto:El mundo está cada vez más interrelacionado, pero en el país azteca la estrategia consiste en cerrar la industria a la iniciativa privada
Hace unos días el influyente periódico británico Financial Times, expresó en una nota que elo presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, basaba su proyecto de crecimiento para el país en “malas ideas”.
“Está enamorado de las malas ideas”, expresó el diario; ideas que ya probaron su fracaso en otras épocas y que provocaron graves problemas al país. ¿Porqué lo dijo?, ¿cuál era el motivo de lo que en el gobierno mexicano interpretaron como un ataque directo al presidente? Pongamos el contexto.
Hace menos de una década el sector energético mexicano estaba totalmente cerrado a la participación de la iniciativa privada nacional y extranjera; el legado de la nacionalización de la industria petrolera de 1938 se mantenía.
Pero eso no quería decir que la industria energética mexicana fuera exitosa y rentable, todo lo contrario, a inicio de la década pasada las cosas cada vez iban de mal en peor para la empresa petrolera ícono del país, Petróleos Mexicanos (Pemex), que empezaba a caer en los principales renglones de la industria: producción de petróleo, ingresos, etc.
Cualquier análisis de la época, tanto dentro como fuera del país, alertaban sobre el declive de la rentabilidad de Pemex y de la industria en general; advertían sobre los índices de deterioro productivo sustentado en la inminente extinción del gran baluarte petrolero que durante 30 años había otorgado al país una gran riqueza petrolera, el complejo Cantarell, un pozo petrolero de enormes dimensiones en el mar, frente a las costas del estado de Campeche.
En efecto, Pemex estaba cada vez peor, su desplome era inevitable; hoy la petrolera mexicana tiene el nada orgulloso distintivo de ser la petrolera más endeudada del mundo, con 106 mil millones de dólares en pasivos.
Lo anterior no obstante que, en el año 2012, con la entrada de una nueva administración encabezada entonces por Enrique Peña Nieto, iniciaron pláticas con diversos actores para impulsar una reforma energética, que modificara de tajo las condiciones en las que había operado la industria por más de 70 años.
Así se cristalizó la reforma energética de 2013 que dio inicio a un nuevo mercado energético mexicano en 2014 con la entrada en vigor de las leyes secundarias de la histórica reforma, que le quitaba a Pemex la potestad absoluta de explotación de hidrocarburos en el suelo mexicano; la reforma también dio pie a una nueva industria en el sector eléctrico, con un mercado mayorista y el impulso de fuentes renovables de energía eléctrica.
En esos años, las expectativas más conservadoras señalaban que el nuevo mercado energético del país maduraría en un lapso mínimo de 15 años, tiempo en el cuál empezarían a reflejarse los profundos cambios en la industria, traducido en fuertes inversiones y la creación de miles de empleos directos y millones indirectos.
Pero llegó en 2018 la nueva administración, la actual, encabezada por Andrés Manuel López Obrador, un populista que amenaza con hacer realidad los peores temores de la iniciativa privada cuando era candidato: trabajar para el retroceso de varias de las reformas o políticas públicas que se implementaron en otros años, con el argumento de que todo lo realizado en lo que él llama “el periodo neoliberal”, no funcionó, estuvo lleno de corrupción y llevó al país a la quiebra, sin que hasta el momento haya ofrecido prueba alguna.
En los hechos, el gobierno actual ya revirtió la reforma energética de 2014 con el argumento del beneficio del país con base en su seguridad, es decir el petróleo y sus derivados son de seguridad nacional según lo dicho por el gobierno.
La contrarreforma energética pone a la industria básicamente en las mismas condiciones en las que operaba hasta 2012, con la diferencia de que ahora su empresa estrella, Pemex, está mucho más endeudada, el complejo petrolero que otorgó a Pemex y al país una inmensa riqueza está en vías de extinción (actualmente produce un máximo de 200 mil barriles de petróleo cuando en sus mejores momentos llegó a producir 2.3 millones de barriles diariamente), además de que la economía nacional vive uno de sus momentos más desastrosos en 90 años.
Un salto a pasado, así es como ha sido definida la nueva política energética del país, que regresa a Pemex y a la Comisión Federal de Electricidad (CFE) su papel de monopolios, con todas las consecuencias negativas que pagó México y su economía.
Los inversionistas no lo han dejado pasar, consideran un retroceso las nuevas políticas y se ha traducido en presiones para el peso, en los mercados de bonos, además de un mayor deterioro económico.
Pero esto apenas inicia, los especialistas consideran que de mantenerse estas políticas equivocadas de regreso al pasado, México viva una época de oscuridad económica; la nueva estrategia energética cierra otra vez el mercado, en un mundo cada vez más global y en una industria en la que, está demostrado, la colaboración monetaria y técnica con otras empresas y países es esencial.
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